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Aparcamientos disuasorios holandeses, toda una experiencia pensada para evitar el uso del coche

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Publicamos un interesante artículo de Sebastián Guirao sobre su experiencia con los llamados P+R (Park&Ride) de países como Holanda, cuyo objetivo es evitar que los coches entren en los centros de las ciudades. Se trata de aparcamientos disuasorios que además de ofrecerse a un módico precio, están pensado para combinar su uso con el transporte público:

amsterdam sebastian guirao

En Amsterdam el transporte público y las bicicletas son prioritarios. Foto de Sebastián Guirao.

Parking P+R de Holanda

Agradecido me presento ante ustedes, lectores de esta laboriosa plataforma, con un pequeño relato-anécdota poco común en los mares de Internet, algo original, aunque no tanto como imaginarse al genio de Freddie Mercury sin bigote. Las tres patas de este piano hecho artículo son un coche, un tranvía y 150 euros. La partitura empieza así…

Dada la cercanía del Benelux con Île-de-France (vulgo, région parisienne), el lugar de Francia donde vivo desde hace un año y medio, es motivador planificar una bella escapada hacia ese rincón tan llamativo de la vieja Europa. Con ganas de encontrar mucha historia y ocio en los Países Bajos y aprovechando la visita de unos familiares, me dirigí el noviembre pasado junto a ellos y mi pareja hasta la capital neerlandesa recorriendo en mi coche los aproximadamente 500 km –¡libres de peaje!– que separan mi casa de la de Ana Frank.

Evidentemente sin mucha luz del Sol sobre nuestras coronillas llegamos al hotel sito en una calle curva, rojiza y gris justo al lado de la Museumplein (plaza de los Museos). Allí, echando mano de un inglés que llevaba sin respirar aire fresco casi desde que terminé Bachillerato, el recepcionista me comentó que había un buen método para dejar aparcado el coche en un sitio barato y seguro, puesto que en todas las calles del –enorme– distrito central de Ámsterdam hay que pasar por cajita azul.

Se trata de una cadena de aparcamientos dispersados por los barrios colindantes al centro, los llamados actualmente (creo) parkings disuasivos, cuya función es básicamente alejar los coches, sobre todo de los visitantes, de las zonas más transitadas mezclándolo a la vez con el uso del transporte público urbano. En la capital de Holanda se llaman P+R y nosotros seguimos el consejo del responsable hotelero y refugiamos el vehículo en los bajos del Olympisch Stadion, a treinta minutos a pie del mencionado hotel.

P+R Stadion Ajax Andreas Dantz

P+R del Estadio del Ajax, fotografía de Andreas Dantz

Dejamos el coche un día laborable antes de las diez de la mañana y lo resucitamos al tercer día, lo que suponía un precio total digno de un portentoso ósculo sensual: diez euros (ocho por la primera jornada y un euro más por cada día restante). La regla a cumplir era sencillísima, claro, si te lo explican bien y/o si dominas una lengua de las usadas en los folletos informativos, donde no aparecía el castellano: para poder pagar esta tarifa exageradamente barata se debía cumplir la condición sine qua non de volver al parking en transporte público (metro, bus, tren o tranvía) desde una parada/estación que estuviera dentro de la zona centro de la ciudad y poder demostrarlo con el correspondiente billete.

Cuando salimos por última vez a la calle pisando (un día más) el suelo encharcado de esta ciudad única, ya para volver a Francia previo paso por la ilustre Maastricht, decidimos sacarle rentabilidad a la ventaja que nos ofrecía GVB, la empresa municipal de transportes amsterdameses, y nos despedimos de la ciudad de las bicicletas y los canales desde uno de los tranvías que pasaba por un lateral de la plaza de los Museos. Tras pagar unos abusivos 2’90 euros en concepto de billete (abusivos porque no había elección por debajo de ese billete servible para una hora), llegamos al parking P+R y me dispuse a pagar…

No sé exactamente qué pasó, el caso es que había un orden para pasar el billete del transporte público con el cual acreditar que cumplía las condiciones o algo así, pero yo no hacía bien el proceso y en las pantallas de varias máquinas aparecía una cantidad que cortaba el desayuno sin parpadear: 150 euros. Yo estaba seguro que la decisión de haber usado este nuevo concepto de aparcamiento no había sido un error y que ni mi francés ni mi inglés me habían abandonado a la hora entender las consignas releídas una y mil veces con sus iconos y todas sus cosas bien maquetadas y coloreadas. Inevitablemente nervioso, pagué.

Me acerqué un poco avergonzado a la ventanilla donde un señor amable y despierto me indicó, con un aire en la expresión facial que denotaba que yo no era el primero en sufrir ese lío, que si yo tenía en mi poder aún el billete del tranvía podía enviar un correo electrónico a tal dirección y que seguramente me lo reembolsarían.

El ser ordenado, además de coleccionar los recuerdos de los sitios que visito, me dieron la primera buena noticia. Ya en casa, a los pocos días, escaneé los títulos de transporte, traduje webs por aquí y por allá y aceptaron tratar mi problema. Pasó la Navidad y estuve el mes de enero avasallando la bandeja de entrada de ese puesto de trabajo impronunciable sin recibir ningún fruto. Nada…, la cortesía del principio se había caído a un pozo y los 150 euros no iba a ser capaz de recuperarlos ni el protagonista del videojuego Assassin’s Creed IV emulando a Barbarroja.

No sé cómo se dice en neerlandés “el que no llora no mama”, pero en un momento mental totalmente aleatorio de la semana pasada, dando una última oportunidad a la fe y suponiendo que a mitad de mañana el trabajador del puesto impronunciable iba a estar delante del ordenador, reenvié por centésima vez el mismo correo. La respuesta, como siempre cordial y agradable, paradigma del buen holandés educado, fue rauda y veloz, viniendo a decir: “Señor, la devolución fue efectuada el 7 de diciembre. Muchas gracias por verificarlo en su cuenta y transmítanos cualquier tipo de problema”. Allí estaban. Tan invisibles como contentos y con ganas de fiesta. El impecable servicio de la empresa gerente de los parkings hizo el reembolso pero se olvidó de avisar mediante correo electrónico a uno de los que viven en este mundo sin mirar de modo corriente la cuenta ídem.

La mitad del importe era para uno de mis acompañantes, que tras contarle la noticia-jolgorio, espetó: “Anda que te van a devolver esto en España enseguida…”. ¿Ustedes qué piensan?

¿Creen que sería útil en Almería un sistema como el de P+R?

P.D.: yo prefería ir a Holanda en tren, pero…

Sebastián Guirao


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